
A la hora de abordar un encuadre podemos pensar en tres formas diferentes de reflejar aquello que nos rodea.
Una, la primera, mostrada arriba, consiste en acercarte tanto que solo se enseña parte de la realidad que te rodea como fotógrafo. Obliga al que luego ve la foto a completar la escena, imaginándose lo que falta de la misma. Los asiduos a este blog sabéis que es la que a mí más me gusta por su componente abstracta.
Otra, aquí abajo, la que muestra los sujetos fotografiados con espacio alrededor, sin dar pie al observador de tu foto más que a corroborar que todo está ordenado y equilibrado, como a la mente le gusta. Es la foto que harían los aficionados a la fotografía.

Y por último, aún más abajo, aquella que también hace trabajar a la mente ( y a los ojos ) para reconocer y distinguir los distintos sujetos que conforman la toma, sin aportar mas que cantidades de elementos a un mismo encuadre. Tienen el peligro de que si hay mucha variedad de elementos en la toma, te pierdes y no sabes a cual mirar, aunque esto no ocurre en la mía pues solo hay ovejas, trigo y bosque de fondo, donde la gracia consiste en distinguir qué son los puntos lejanos.